La moda “izquierdista”: desprestigiar la gestión pública
- José Gregorio Linares
- 2 abr 2017
- 5 Min. de lectura
Está de moda que autoproclamados “líderes chavistas” sean los más acerbos críticos y los más virulentos adversarios de la gestión gubernamental en cada uno de los espacios donde actúan. Estos críticos son más revolucionarios que nadie y más íntegros que ninguno. Cuando llegan a cualquier ente gubernamental se convierten en los fustigadores más implacables de la gestión y en los antagonistas más bulliciosos. Toda su batería ideológica, su capacidad argumentativa, sus dotes conspirativas y su poder de movilización se enfilan contra los directivos del organismo donde operan o contra los cuadros revolucionarios que los respaldan. Buscan y encuentran todo tipo de vicios: corrupción, burocratismo, incapacidad, abuso de poder, indolencia, irresponsabilidad, clientelismo, arbitrariedades, etc. Entonces desarrollan toda una campaña de desprestigio contra los “enemigos” institucionales en cada ministerio, departamento, instituto, universidad, consejo comunal o salón de clase. A medida que avanzan en sus ataques se generaliza en cada sitio donde intervienen la idea de que el chavismo degeneró política, gerencial y éticamente. ¿El resultado? aumenta el número de descontentos y desilusionados, disminuye la mística y el espíritu de lucha entre los militantes, se quiebran los liderazgos institucionales, se crea una atmósfera de desencanto, se rompe con la unidad, se divide el movimiento revolucionario, se socavan las bases sociales de apoyo a la revolución y se desacredita el ideal socialista. Esta práctica ultra radical no es tan inocente ni desinteresada como parece a primera vista. Es parte de una estrategia intencional dirigida a desfigurar la imagen de nuestros dirigentes institucionales (directores, presidentes, rectores) nuestros voceros políticos y nuestros líderes intelectuales en momentos en que nuestra revolución es asediada por poderosos enemigos nacionales y foráneos. El propósito es “calumniarlos, desacreditarlos y señalarlos como desechos de la sociedad”, como recomiendan los manuales de la CIA. De este modo, en nombre de la revolución, se crea un clima antigubernamental y se prepara el terreno para la contrarrevolución. Es probable que algunos de estos “radicales”, producto de su exigua formación política e histórica, sean ingenuos y actúen de buena fe guiados por su apasionamiento: no saben cómo tratar las contradicciones en el seno del pueblo y ni siquiera sospechan a qué oscuros intereses sirven. Pero otros son agentes encubiertos del enemigo, cuya misión está muy clara: infiltrarse, sembrar la duda y el desconcierto, exacerbar los errores de la izquierda, minimizar los desaciertos de la derecha, hacernos olvidar quiénes son los verdaderos enemigos de nuestro pueblo, inclinar la balanza emocional a favor de la oposición; en fin “crear el caos y la confusión” como recomienda el manual de desestabilización escrito por Allen Foster Dulles, Ex Director de la CIA. La historia está llena de casos como esos. Si triunfa la contrarrevolución, los ingenuos van a la cárcel o al paredón: tarde entienden el triste papel que jugaron como parte de un plan imperial y de una red antinacional y antipopular. En cambio los infiltrados se quitan la careta; de inmediato ocupan posiciones de poder en el nuevo gobierno y se afilian descaradamente a los partidos políticos del sistema para los cuales trabajaron siempre. ¿Ejemplos? Muchos. Uno de los más cercanos en espacio y tiempo es el de la República de Granada. Allí, un grupo de revolucionarios dirigidos por Maurice Bishop (1944-1983) conquistó el poder en 1979 en esta pequeña isla del Caribe, cercana a Venezuela. De inmediato comenzó la conspiración aupada por EEUU. Desde el exterior la Casa Blanca desarrolló una campaña dirigida a crear la matriz de opinión de que esta revolución era manejada desde Cuba y era parte de la estrategia expansionista de la URSS; la consideró “una amenaza a su seguridad nacional” en el Caribe. Pero el golpe más contundente se lo asestaron los “radicales” dentro del campo de la revolución comandados por Bernard Coard. Se dedicaron a desacreditar a líder y terminaron asesinándolo. A continuación, con el movimiento revolucionario dividido, llegaron los gringos e invadieron la isla en 1983. Nada de esto es nuevo, ya desde los tiempos de la guerra fría EEUU comprendió que de nada sirve atacar un país si el movimiento revolucionario se encuentra unido. Hay que dividirlo para triunfar. Esta fue la más importante recomendación que en la obra “EL arte de la inteligencia” formulara Allen Foster Dulles para desintegrar la URSS: “encontraremos a nuestros aliados y correligionarios en la propia Rusia”, exigió. “Sólo unos pocos acertarán a sospechar e incluso comprender lo que realmente sucede”, afirmó. Pero si alguien descubría su juego maquiavélico, “a esa gente la situaremos en una posición de indefensión, ridiculizándolos”, recomendaba. Ahora el manual se aplica en Venezuela dentro de las instituciones del Estado con el protagonismo de los “aliados y correligionarios” que dentro de las instituciones del Estado se prestan para el juego. Sabemos que dentro de los organismos estatales existen directivos y funcionarios que a nuestro parecer incurren en errores graves; pero incluso en estos casos las contradicciones deben ser tratadas con el estilo adecuado, la argumentación necesaria y en los espacios procedentes. Disponemos para ello de una metodología que nos legó Chávez, las tres R (Revisión, Rectificación y Relanzamiento) y sobre las cuales habló en el “Golpe de Timón”. Cualquier ejercicio de la crítica distinto a éste es ajeno al espíritu que debe reinar en el seno del movimiento popular. Les hace el juego a los enemigos y agita la marea de la contrarrevolución. La idea es, como lo venimos diciendo, que actuemos con firmeza contra quienes fomentan o amparan cualquier tipo de desviación, falta o delito. Sobre ellos debe caer la filosa espada de la ley. Y en ello debemos ser ejemplarizantes si queremos consolidar las bases éticas y políticas de la Revolución Bolivariana. Todos los funcionarios deben rendir cuentas de los recursos que le han confiado y del poder que les han conferido porque, afirmaba el Libertador, “La hacienda nacional no es de quien os gobierna. Todos los depositarios de vuestros intereses deben demostrar el uso que han hecho de ellos”. Pero no podemos poner a nuestros dirigentes en la picota y someterlos al escarnio público y al descrédito político sin la adecuada fundamentación y sin las debidas consideraciones que nos debemos entre camaradas. Hacen falta más que sospecha, presunciones, indicios, medias verdades y conjeturas para lanzar acusaciones categóricas y emitir juicios definitivos. No olvidemos que una vez que se propaga la descalificación contra un compañero, aún después de haberse demostrado su inocencia, el daño ya está hecho: el proyecto político de la izquierda sufre inexorablemente un descalabro que reditúa beneficios a favor de la oposición porque, como decía Bolívar, “más hace en un día un intrigante que cien hombres en un mes”. Estamos viviendo una de las coyunturas más difíciles en la historia de la Revolución. Venezuela es una fortaleza sitiada por el enemigo imperial y sus cipayos nacionales. Si a eso se le une el ataque inmisericorde de los “radicales de izquierda”, entonces la situación se hace más grave para el movimiento revolucionario. Las actuales circunstancias exigen de nosotros juicio y criterio político. Por tanto, debemos evitar caer en los señuelos que nos pone el enemigo opositor. Su intención es “crear el caos y la confusión”, y que inconscientemente nos convirtamos en sus “aliados y correligionarios”. ¡Alerta, quieren acabar con la Revolución y que nosotros sirvamos de “tontos útiles” en la ejecución de sus planes! ¡No pasarán!
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