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Como el Necio de Silvio: Yo me muero como viví...

  • Foto del escritor: Pedro Vicente Rodríguez Calderón
    Pedro Vicente Rodríguez Calderón
  • 2 sept 2018
  • 2 Min. de lectura


Seremos necios, pues. He ahí la gran enseñanza, la mayor herencia. Dedicaste la vida a trabajar, a hacer lo que considerabas correcto, lo que te decía la lógica o como tu la llamabas “el sentido común”; tu vida con amor y por amor, a los niños, a la familia, a las mujeres, a la vida.


Desde que te tocó alargar tus pantalones en Matos, en aquel lugar recóndito a orillas del río grande, del río Tuy, en el almacén de suministros a las familias de los peones de haciendas cacaoteras donde te ganaste, a punta de dignidad y de coñazos, convertirte en hombre de respeto siendo aún menor. Ese lugar que me pediste recorrer setenta años después, para reencontrar viejos y respetados amigos, que luego también lo fueron conmigo y con mi compañera. Aquel lugar, donde a tu edad, atravesaste nuevamente el río para mostrarnos las ruinas del viejo almacén de tu adolescencia forjada y forzada para que, prematuramente, te ganaras usar los pantalones largos.


Así, con la misma necedad, me relatas tu traviesa militancia política en la convulsa década de los años cuarenta del pasado siglo. Creyendo el cuento adeco de ser un partido del pueblo, para la justicia social y con ideas revolucionarias, junto a un pequeño grupo de riochiqueños te atreviste a fundar Acción Democrática en nuestro pueblo; militancia que sólo duró hasta que el innombrable partido político llegara al poder y empezara a mostrar lo que ya todos sabemos que realmente era. Tres días después de la asunción al poder, colocaste tu renuncia a AD para nunca más volver. Por el contrario, fuiste perseguido y, de niño, me tocó presenciar el acoso de “la rural” y llevarle un papelito que me diste para que mi madre escondiera el revolver cacha blanca que tenías en casa. Por supuesto, luego allanaron sin autorización nuestra residencia y te llevaron detenido.


Luego me tomaste más confianza y me enseñaste a disparar y me indicaste los sitios ocultos para pistola, revolver y rifle que guardabas con celo y cuidado, que, por cierto, me costó un tiempo entender las razones de tantas previsiones.


Con el pasar de los años, se construyó una camaradería más intensa que la hermosa relación posible entre padre e hijo, siempre con tus temores de adulto diferenciados a los del joven soñador, justificado plenamente para ambos, por el pasado reciente del primo Héctor. Pero, quizás sin querer, seguiste de necio mostrando lo justo, lo digno, lo responsable, lo amoroso, lo perseverante, lo lógico y lo soñador que simplemente eras por ser tu naturaleza y que, no sé si por el valioso tiempo compartido, tuve la dicha de recibir y percibir como tu herencia de primera mano.


Complicidades, secretos, historias, confidencias, preocupaciones, coincidencias y diferencias dialogadas; fueron variables constituyentes que nos acercaron cada día más, muy a pesar de intentos externos e internos frustrados por separarnos y/o alejarnos.


Decides el cambio de espacio a tu antojo, donde tu decidiste a punta de arrecheras y de perseverancia. No podíamos faltar a tu decisión. Eres mi referente. Por eso, a tu imagen y semejanza:

YO TAMBIÉN ME MUERO COMO VIVÍ!

HASTA SIEMPRE PADRE!

 
 
 

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